-¿Lista? - preguntó Sophie, mientras se cepillaba el pelo,
- No. Pero no queda otro remedio. - los agentes de la paz revisarán casa por casa, para asegurarse de que ninguna persona se haya saltado la cosecha. La asistencia es obligatoria a no ser que te estés muriendo. El castigo si no asistes es tremendamente cruel, te fusilan en público. -Vamos.
Abrimos la puerta y salimos al exterior. Hacía u día realmente bueno, aún a sabiendas que dos familias se atormentarían durante todas las semanas que les iban a deparar. La cosecha se celebraba en la plaza, junto al edificio de justicia y las filas de niños de entre 12 y 18 años se arremolinaban frente a él.
Sophie y yo estamos separadas por un grupo de chicos de nuestra edad pero nos dirigimos una fugaz mirada. Sophie es y siempre ha sido mi mejor y única amiga. Desde que nos conocimos el primer día de clase, cuando nos peleamos por una muñeca con un brazo arrancado y calva, y acabámos ríendonos como tontas.
El acompañante de este año para el distrito 5 es distinto al del año anterior. Es claramente, uno de los más vulgares del capitolio. No sé como lo ha hecho pero es un hombre bajito y en su piel relucen , lo que parece ser, auténticas escamas de reptil. Luce un traje muy morado, demasiado morado intenso. Siento ganas de vomitar.
El hombre saluda con su grave voz y repite lo que diría el representante del año pasado. Se presenta y no escucho ni una palabra.
Vuelvo a mirar a Sophie y ella a mí. Yo pienso en sus veinte papeletas, y ella probablemente en mis veinticinco, ese es mi número de la suerte, el veinticinco. Pero claro, es un número lo suficientemente alto como para no darme buena suerte que digamos.
-Empecemos por las dames, como siempre - canturrea el lagarto. Se acerca con andares extraños hasta la urna derecha y , tras remover con entusiasmo, saca un papel. Vuelve al podio y lo abre.
No me da tiempo a preocuparme por Sophie, porque el lagarto anuncia mi nombre.